El reconocido escritor mendocino cuenta como fue y como hubiese sido su vida universitaria.
¿Cómo fue su travesía en la vida universitaria?
Mi vida universitaria fue muy conflictiva y quedó interrumpida hacia mi tercer año. Yo esperaba otra cosa de la Universidad. Podría decir que me fui y que me fueron. Eran los comienzos de la década del 60. En general prevalecía una actitud muy conservadora en la mayoría de los profesores y en el alumnado. Como delegado de uno de los dos centros de estudiantes quise organizar una revista: muy pocos escribían, pasábamos las semanas y los meses de reunión en reunión, revoleando “organigramas”. La abulia me enardecía hasta que, como dije, llegó el día en que me fui y me fueron.
¿Qué carrera estudió? ¿Por qué?
La carrera que elegí fue Filosofía y Letras, y, dentro de ella, literatura. ¿La razón? Mi inclinación por la escritura. Por entonces ya había publicado “Pautas eneras”, poesía, mi primer librito que fue prohibido y quemado por orden del gobierno de facto de entonces.
¿Qué pensaban y/o le decían sus padres con respecto a que usted estudiara en una Universidad?
Mis padres no tenían escuela. Mi madre apenas si completó el segundo grado de la primaria: mi padre, que vino de su España natal a los 14 años, nunca pudo ir a la escuela; aprendió los saberes elementales con un maestro particular; esto cuando ya andaba cerca de los veinte años de su edad. En el vecindario a mis padres le decían que estudiando Filosofía y Letras yo me iba a morir de hambre. Pasado el cimbronazo de las habladurías del vecindario, mis padres me apoyaron absolutamente. Hace años que ellos no están, respiran de otra manera, pero siempre los siento alentándome en lo que hago.
¿Quiénes han dejado una huella en su recorrido universitario? ¿Por qué?
Recuerdo especialmente a los profesores Arturo Andrés Roig, Alfonso Sola González y Angélica Mendoza. Ellos me enriquecieron, ellos me sembraron.
Estaba por preguntarle cómo vivió el día en el que egresó.
Ese día no lo viví. Pero me imagino que, de haberme sucedido, lo hubiera narrado en un cuento o en una novela, como me pasó cuando completé el bachillerato en el colegio Nacional Agustín Álvarez. Guardo tres cuadernos espiralados con lo que quería ser una “novela” cuando terminé mi secundario.