El país transita un momento turbulento en cuanto a la formación de jóvenes. La pandemia deberá reestructurar -casi- todo.
La pandemia de coronavirus ha empeorado considerablemente algo fundamental que tenemos en el país: La educación. Son muchos jóvenes que han perdido el hilo conductor y que no han tenido herramientas para, a fuerza mayor, introducirse en la nueva rutina estudiantil. Que en algunos casos todavía sigue vigente.
Cuando hablamos de educación pensamos en el colegio secundario. Que ojalá algún día deje de ser «secundario». En ese camino debemos aprender a vivir fuera de la profesionalización de la vida. Así somos alguien. Con aciertos y errores, pero alguien. Las materias deben estar incluidas, juntas. Y así formar una orquesta cuya melodía sea la formación humana. ¿Qué tienen en común las matemáticas y la historia? Si el docente se dedica a formar ciudadanos, una materia pasa a decirle al alumno: «Soy indispensable en la orquesta, aunque no te guste. No podes prescindir de mí». Eso nos lleva a la unidad en la diversidad. Los estudios deben responder casi a una filosofía de la educación. Filo: Amar. Sofía: Saber. Amar el saber.
Los jóvenes somos síntomas del mundo adulto. Nos apasionamos por la inmediatez, que está unida a la dificultad de esperar, de saber esperar. Y por ende, daña el cultivo del conocimiento, que para cosecharlo debemos ser pacientes. ¿Dónde empieza la pérdida de la solidaridad? En el momento que creo que sólo importa lo mío, y rápido. Debemos entender que la mañana y la noche no son inmediatas, si no sucesivas entre el mediodía, la tarde y el atardecer. Aplica para la vida. Los vínculos se construyen a través de la búsqueda de la incertidumbre.
Pensar es aprender a pensar. Aprender a preguntar, buscar, perder y ganar. La pérdida no es la derrota que clausura o niega nuestras posibilidades, si no que es la instancia de un proceso. La persona a la cual «le va bien», es una gran capitalizadora de derrotas personales. Aprende de sus fracasos.
Creo que un buen docente es aquél que haciendo valer su autoridad (porque la tiene, y debe tener) le cede el protagonismo al alumno. Transmitir no es enseñar. Lo primero es generar participación con la información que se da. Enseñar es verter contenido sobre alguien. Alguien sin luz propia. Me parece que es importante que el alumno sienta que quien le enseña le transmite emoción. Una emoción propia, natural y ligada al contenido que se quiere brindar.
Un contenido se vuelve relevante si se sabe transmitir. De lo contrario, es información neutral y neutralmente –desapegadamente– recibida es. Casi cercano a la obediencia y no a la alegría que genera haber accedido a un contenido maravilloso, novedoso. Siento que todo docente, en principio, debe ser una persona enamorada.
¿Qué tendrá la palabra que no puede ser sustituida ni por la mayor de las tecnologías? La palabra, la filosofía, la literatura o la historia nos hacen ver y entender que alguien no puede vivir como si estuviese en la Caverna de Platón. Mirando imágenes y creyendo ver la realidad.
La educación debe ser un punto primordial en la agenda de reconstrucciones post pandemia. El porqué es muy simple. Ella le da sentido a lo demás. Es decisiva. El forjamiento de una persona. El abismo entre dignidad y pobreza. El alumno que está frente a un maestro se re-descubre. Pasa a ser otro. En ese cambio, es donde quien aprende comienza a volar. Lejos está de quien enseña el adoctrinamiento. La ideología, la soberbia discursiva.
Los docentes son indispensables en la reconstrucción de un país o de una sociedad. Puede que quienes toman decisiones aún no lo han entendido, e incluso sigan subestimando sus opiniones. Aún hay jóvenes que desean no despegarse de sus sillas a pesar del volumen invasivo de un timbre que indica que la clase ha finalizado. Aún hay jóvenes que ven a sus maestros como personas que, con sus discursos, graban enseñanzas a fuego en sus corazones.
La vida me ha cruzado grandes docentes. A ellos les dedico mi primera columna de opinión lejana al fútbol.