Nuestro lenguaje cotidiano tiene muchas características. La expresión y la comprensión son vitales
Las palabras expresan más que ideas. Amar, luchar, comprender, etc. Esos sentimientos representan, evidencian, lo mejor y lo peor de nosotros. Incluso no sólo significan lo que dicta el diccionario, ya que también son valores. Pero, ¿Si nos detenemos en la nada y miramos lo que nos rodea?
Propongo -detenernos- porque somos una generación que habla mucho y escucha poco. Nadie apuesta a la virtuosidad del hecho de hablar con calma. Generalmente, tenemos charlas a diario y muchas veces en un día. «Conversación» proviene del latín con-versare, que significa dar vueltas en una reunión. Somos seres racionales y nuestras conversaciones nos ponen un escalón por encima de los otros seres vivos. La palabra transmite conocimiento.
En el -diálogo- se crea cooperación. Escuchar y que nos escuchen. Confesamos esa profundidad de todos nuestros pensamientos o, también, sentimientos. Las conversaciones que fluyen y son duraderas otorgan una mejor calidad y le hacen honor a la etimología mencionada: Nos gusta dar vueltas a las ideas.
No obstante, si hay algo que no tiene claridad es el lenguaje. Nos ilusiona que las palabras son transparentes. Probablemente sea un mecanismo defensivo que ejecutamos para no saber aquello que no queremos saber, o, también para no saber, para ignorar, aquello que ya sabemos
Hay dos zonas en donde las palabras son encerradas por promesas, dos zonas que limitan nuestro mundo, aunque pretendamos negarlas y estar fuera de ellas. La política y el amor. Pienso que junto a la política, el amor es el escenario donde se bailan muchas coreografías. Ahí es donde las palabras hacen de verdad cosas. Para bien y para mal, como de costumbre.
Las palabras no se asocian a las cosas. Su peso radica en cómo las expresamos. Nuestras acciones las dotan de sentido. El ser humano exige -la verdad- y por eso se decepciona ante una promesa incumplida. Porque no hubo relación entre palabra y acción. Václav Havel decía que lo malo no es mentir, si no vivir en la mentira.
¿Cambiar las palabras? Tampoco alcanza. No se modifica nada de la realidad ante la sustitución de ellas. Pero sí, ser más sinceros, comprensivos, empáticos y respetuosos es lo que nos mejora humanamente. Ya que -esa forma- de expresarnos también nos define. Ricardo Piglia lo dicta: «La dificultad no deriva en lo que dicen las palabras, si no en lo que se dicen entre ellas. Esto quiere decir que la sintaxis importa más que el léxico»
Las palabras nos usan. Creemos que las utilizamos como la ropa todos los días. Es al revés. El lenguaje habla a través del humano, ya que son estructuras previas, nadie elige las palabras, sus combinaciones, legalidad. Es la tragedia del Ego, porque el humano se descubre un producto, una creación, y no el fundamente de todo el sentido que lo rodea. Quizás al momento en que nos damos cuenta de esto, seleccionaremos mejor las palabras a utilizar.
La cosas más bellas de la vida son indefinibles. Muchos hinchas no saben explicar el amor por su club, poca gente explica el placer de contemplar un amanecer o un atardecer. O porqué su color favorito es ese, el favorito. Todo, sí, ronda el eje: El amor.
Al momento en que puedo enumerar los motivos en los cuales me baso para estar enamorado de vos, le quito la fórmula secreta al amor. Que es el desconcierto, el -no tener idea-. A lo sumo puedo caminar por un costadito de nuestro mundo eligiendo definiciones que a ambos nos gustan. Pero, perdón, no me alcanza. Si elijo palabras ninguna me alcanza, y es porque ya tienen definiciones prescriptas en donde yo no tuve ninguna injerencia. En ellas no encuentro algo para reflejar mi amor.
Volviendo a lo hablado anteriormente, hay algo que sí puedo elegir. Y es la forma en la cual digo, comunico, las palabras. Que no están por arte de magia conectadas con las cosas. Si cuidamos nuestras palabras, nuestras expresiones, mejoramos como personas. Ya lo dice el CIC en su número 140: «No creemos en las fórmulas, si no en las realidades que éstas expresan». Si las palabras no alcanzan, al menos que el contenido sea lo más bello posible.