No sé cuál será el resultado de este domingo entre Argentina y Francia en el Mundial de Qatar. Pero tengo una certeza. Sé que a la hora del partido habrá una persona que no podrá ver el partido.
El asunto es así. En la clase de francés que finalizó hace unos días, mis compañeros me convirtieron en la anti cábala. Me prohibieron mirar los partidos de la selección. Es su aporte supersticioso para que la Argentina gane. Ya que a mi no me interesa tanto el fútbol, de modo que no verlo no me molesta.
El martes pasado, después de que la selección Argentina ganará frente a Mexico, en medio de la clase tras la euforia del primer partido, y tras contarle que no lo había visto, en conjunto todos dijeron que no los viera.
Mi profesora me prohibió ver los demás partidos que quedaban. Y en efecto. Así que para evitar problemas y para que gane la selección he tenido que rechazar varios ofrecimientos de amigos para ver los partidos juntos. Ese hombre que se escapó de su casa para encontrar el camino a su vida, el mismo que no se doblegó ante un gobernante y decidió ser expulsado de una casa de estudios superiores a pedirle perdón a uno de sus familiares. Hoy cede ante la clase de francés que decidí tomar a principios de agosto.
Así que esta es mi única certeza. Mañana domingo tendré que rechazar las dos invitaciones para ir a comer asado, y a la hora del partido tendré que hacer oídos sordos y quedarme en casa comiendo arroz leyendo un libro porque su profesora y compañeros todavía creen que él puede cambiar el rumbo del partido. Eso es un compañero, un compinche, alguien que no duda en cumplir en nombre de un bien común, un augurio, y un amor por un país que jamás confesará.