Consagrarse en tierra rival y contra el rival. Lionel Scaloni y sus dirigidos saben cómo hacerlo.
Lionel Messi a sus 34 años añoraba y deseaba un título con su Selección. 3 golpes consecutivos había vivido, más el golpazo del Mundial de Rusia 2018. Llegaba a Brasil a intentar consagrarse, con la espina de saber y entender que transita sus últimos años de carrera.
Mencionar Rusia 2018 es un buen puntapié para recordar el inicio de la renovación, aquella que en el fondo pensábamos como la última gran chance de ayudar al 10 a triunfar. De todas formas, no todo fue color de rosas. Éste grupo fue varias veces subestimado por la no presencia de futbolistas estelares, o la inexperiencia del DT y sus colaboradores. Pero a decir verdad, si esos comentarios eran fuera de la peligrosa subjetividad, no se equivocaban. Pero el fútbol trata de otra cosa.
Trata de formar una idea, buscar intérpretes y ejecutarla a la perfección. Lionel Scaloni probó muchos nombres. Algunos lo convencieron y otros no tanto. Por ejemplo, las ausencias de Juan Foyth y Lucas Ocampos sorprendieron, pero el DT las justificó dentro del campo de juego. El de Villareal se quedó afuera porque su presencia era más valiosa para el desempeño defensivo, y Argentina no necesitaba eso. Ángel Di María le ganaba el mano a mano al de Sevilla y sus dos últimas actuaciones pusieron a Fideo en el podio. Puntazo para el DT.

La final fue el gran musical de Scaloni. El día que mejor sonó su música. Él, como alguien que asesora lejos de los flashes, encomendó a Messi como su gran Director y los músicos lo acompañaban. Lionel movía la batuta y entonces De Paul, ensañado, se devoraba el mediocampo. Otro movimiento más para que Otamendi, como un animal recién liberado de su jaula, saliera al encontronazo contra Neymar, Paquetá o Everton. Todo sonaba al ritmo de Argentina. Brasil, desde los asientos, se deslumbraba por la heroica noche que ejercía la Albiceleste.
Otra gran clave. Argentina nunca se sintió débil ante Brasil. A pesar de que la Verdeamarela no perdía desde los cuartos de final de Rusia 2018, frente a Bélgica, no sirvió para que nuestra Selección se sintiera inferior. Pareciera que en sus cabezas y/o corazones se sentían superiores. Esto se refleja en inclusos personas nacidas en ese país que alentaron por Messi y compañía. Hicieron grandes esfuerzos para conquistar a sus compatriotas. Golearon y también la pasaron mal, pero nunca pudieron lograron. Le bastó a Scaloni con cerrarles y batallarles el mediocampo para aislar a Neymar, que en principio era el referente de ataque, pero los empujes de Otamendi y Romero lo obligaron a abandonar esa zona, luego fue trabajo de Rodrigo De Paul ser su insoportable, su pesadilla ante cada enfrentamiento de 1 vs. 1.
Seguramente fueron días de estudios, estrategias y motivación para un grupo (en general) que tuvo que lidiar con la desesperación de un pueblo que, no por maldad, exigía levantar una copa. tras años de sequía. 28 para ser exactos. La tierra donde nacieron Di Stéfano, Kempes, Maradona o Messi no podía permitirse solo soñar con triunfar, tenía que hacerse real. Diego, desde donde esté, hizo los mecanismos para que Argentina, como país, se uniera de una forma que aún pasadas las horas resulta increíble.