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Relatos Condensados 14: «PRESAGIO»

El mediodía había pasado dejando lugar a una siesta deslumbrante como las que sólo Córdoba puede regalar en Otoño. El pequeño bar ubicado frente a la plaza, con pocas mesas pero con buena vista al exterior, permitía apreciar desde sus ventanas el tinte anaranjado que el sol le daba a los árboles. Un cartel pintado con grandes letras rojas destacaba su nombre : Bar del Sol. Ahí, Raúl esperaba con ansiedad la llegada de Sofía frente a un vaso de agua tónica.

  • Nos vemos a las cuatro en el barcito frente a la plaza- le había dicho ella ese mediodía por teléfono.

¿Estaría muy cambiada?, se preguntaba Raúl. Hacía años, tres en realidad, que no la veía. Desde esa noche de lluvia, después de una violenta discusión plagada de insultos que terminó con un “¡ Te odio!” de Sofía seguido del portazo que aún tronaba en sus oídos. Fue un Martes de Junio del 89.  Nunca supo nada más de ella.

Las noches se convirtieron en el peor momento del día, pobladas de tinieblas y fantasmas abominables . Acorralado por la soledad y por la culpa, sólo lograba alcanzar una suerte de letargo ayudado por ese Jack Daniels que lo miraba desde la mesita ratona de su living. Había buscado a Sofía sin descanso durante un año y medio, pero lentamente el desaliento y la desazón fueron cubriendo su vida junto con la angustia, el insomnio y el whisky.. . hasta que un día, dejó de buscarla.

Pasaron los meses y empezó a envejecer; envejeció tan rápido que algunos vecinos ya no lo reconocían.

Una mañana despertó sobresaltado, tambaleando llegó hasta la cocina para preparar un café y se sentó agitado cerca de la ventana.

Un aire fresco invadió el lugar, pero algo extraño se mezclaba con el aire, algo parecido a un perfume de flores; un aroma tan peculiar que no se podía definir claramente. Lo único que Raúl percibió fue una brisa agradable y relajante que lo envolvía suavemente. Entonces cerró los ojos y respiró lo más profundamente que pudo para que el aroma llegara hasta su alma; pero la brisa perfumada ya se había ido.

Sin embargo, ya no sentía angustia ni desgano; más bien estaba animado por lo que decidió  tomar una ducha, ponerse ropa limpia y salir a caminar.

 .

Estaba terminando de vestirse cuando sonó el teléfono, el teléfono que nunca sonaba ya que Raúl no tenía quién lo llamara, salvo vendedores de servicios o encuestadores.

Pensando en eso, siguió abotonando su camisa hasta que dejó de sonar. Se miró al espejo y aunque su cabello estaba cubierto de canas, se alegró de tener todo el cabello. Entendió que su aspecto era el de un hombre maduro, elegante, y sonrió complacido.

El teléfono volvió a sonar y  algo lo impulsó a atender, aunque con bastante fastidio.

-¡ Hola!- dijo, pero nadie respondió.

-¡Hola! Volvió a decir bien fuerte, y pudo percibir una respiración del otro lado de la línea. Entonces gritó : – ¡Hola! ¿Quién habla!

Una voz tenue, respondió :

-Hola, papá; soy yo, Sofía.

Las piernas de Raúl se aflojaron, las palabras se le quedaron atoradas en un silencio que le parecíó eterno.

-Papá, ¿ estás ahí?- dijo tímidamente Sofía.

Raúl reaccionó : – ¡ Sofi! ¡ Sofi! ¿ sos vos?

-Sí, papá. ¡ Soy yo!

– ¿ Dónde estás, Sofi? ¿ Dónde estás? Dijo llorando.

– Estoy cerca papá y estoy bien, por favor, tranquilízate.

– Sí Sofi, ya me repongo. . .pero ¡ no cortes, no cortes!  ¡ Ha pasado tanto tiempo, hija! ¡Tanto tiempo!

– No voy a cortar papá; te llamaba para saber si podíamos encontrarnos.

-Sí, Sofi, sí. . . cuándo?

– ¿Te parece bien hoy?

-Sí, hija, dónde?

–  En el barcito frente a la plaza, a las cuatro.

– ¿ Vos decís el Bar del Sol?

– Sí ése, el del Sol.

– Ahí estaré esperándote.

– Bueno papá quedamos así, dijo, nos vemos a las cuatro.  – y colgó.

Raúl estaba tan confundido que sólo atinó a acercarse a la ventana.

El reloj de la cocina marcaba las 12:30 y el sol brillaba sobre un celeste impecable.

Peinó su cabellera blanca y salió a la calle.

Al llegar a la plaza, cruzó en diagonal, encaminándose hacia el bar. Le  quedaban todavía tres horas de espera por delante, pero él quería estar, necesitaba estar ahí.

Eligió una mesa junto a la ventana más grande del Bar del Sol, respiró profundamente ese milagroso aire otoñal y pidió un vaso de agua tónica.  

                       FIN

Hasta los próximos relatos…condensados