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El curioso origen de las frases y expresiones que usamos (y que hasta ahora seguramente no conocías) – 3ra. parte

El curioso origen de las frases y expresiones que usamos (y que hasta ahora seguramente no conocías) – 3ra. parte

Es bien sabido que la lengua española posee una riqueza y amplitud indiscutibles. Muestra de ello es la multitud de expresiones populares y refranes que existen en nuestro idioma. Expresiones, frases hechas y dichos que utilizamos de forma habitual en nuestra vida cotidiana, aunque –casi siempre– desconocemos el origen de ellas.

En las dos ediciones anteriores hemos visto la riqueza de la lengua española en frases hechas, máximas y refranes populares. Y esta tercera parte no será la excepción. Hablando de los orígenes, no escapa ni un solo campo de la vida. Para toda ocasión tiene el hablante del español una frase justa y bien traída que se hace popular e ilustra fielmente nuestro peculiar modo de ver el mundo, así como un sentido del humor único que nos define y nos representa allende los mares y las distancias geográficas.

Sin perder más tiempo, a continuación develamos el origen y el significado de otras veinte frases o refranes populares muy curiosos, que utilizamos más de lo que creemos y que se originaron en situaciones y contextos sumamente diferentes, desde historias de edad más antigua o de estas épocas modernas hasta aquellas que surgen de conocidos juegos o costumbres de larga data.

41. No dar el pinet

El servicio militar obligatorio, en nuestro país, fue impuesto por el entonces Ministro de Guerra, Pablo Richieri, durante la segunda presidencia del general Julio A. Roca en el año 1901. La incorporación recayó sobre jóvenes varones con determinadas características, pero desde los años 30, aproximadamente, se impuso el denominado Índice Pinet. Dicho índice se basaba en las proporciones corporales del sujeto. Aquel parámetro relacionaba la altura con el peso y con el perímetro torácico, y quienes estaban comprendidos en las medidas correctas eran aceptados, en tanto que aquellos que “no daban el Pinet”, quedaban excluidos. Muchos de los que no superaban la prueba y no se convertían en conscriptos, habían sufrido desnutrición o tuberculosis.

Con el tiempo, los que respondían mejor a las medidas pautadas por el índice antropométrico eran reservados para el Regimiento de Granaderos. Desde que el Índice Pinet saltó a la fama, la gente comenzó a utilizarlo para definir a aquellas personas carentes de talento, de inteligencia, de coraje, de belleza o de experiencia para aspirar a determinadas metas. Decir de alguien que “no da el Pinet” es señalar que no está a la altura de los acontecimientos; es una forma sutil o eufemística de menospreciar.

42. No hay moros en la costa

Indica que el camino está libre de obstáculos o de peligros. Se explica apelando a la historia de los pueblos europeos lindantes con el mar Mediterráneo, que tuvieron que lidiar durante siglos con los moros, entendiendo por estos a los musulmanes, en especial, los provenientes del norte de África. Muchas civilizaciones desarrolladas en el cercano oriente arremetieron contra la cristiandad del Viejo Continente por distintas vías, pero una de las predilectas fue la marítima.

Cada vez que un habitante de España, Francia o Italia pensaba en acercarse a las costas mediterráneas debía observar si estaba libre de moros. Valga recordar que el asedio y la invasión concreta de los moros, por ejemplo, en tierras hispanas, se extendió desde el siglo VIII hasta su expulsión definitiva en 1492. En cualquier momento de esos tiempos, pudo acuñarse la frase que aún perdura para señalar que no hay gente extraña o peligrosa que dificulte la concreción de una actividad.

43. Poner los cuernos

Se cree que deriva, en principio, del llamado Derecho de Pernada o de prima note, a partir del cual un hombre con mucho poder —un emperador, un rey o un señor feudal— tenía el privilegio de mantener relaciones sexuales con una mujer recién casada o antes de contraer matrimonio. Esta práctica es ancestral y hay algunos antecedentes que se remontan a la antigua civilización helénica, pasando por el Imperio Romano y extendiéndose, hasta los tiempos medievales, a algunas comarcas. Se especula que lo apuntado no significaba una afrenta para los flamantes esposos, quienes debían sentirse orgullosos de tan elevado gesto por parte de la autoridad.

La costumbre, en determinados lugares, se realizaba colocando los cuernos de un animal en el umbral de la puerta de ingreso de la morada de los novios, para advertir a todos que el señor de la comarca estaba ejerciendo su derecho. En tanto, el esposo debía aguardar sentado en dicho portal. No profundizaremos si en realidad esto mancillaba a los recién casados, provocaba un vejamen en la mujer y una furia incontenible entre los varones, porque eso está directamente relacionado con los valores culturales de cada época y lugar. Lo que nos ha quedado como herencia, es la idea de los cuernos sobre la cabeza del hombre y de ahí vendría la expresión.

44. Quemar las naves

La génesis de esta frase se vincula con dos historias. Si respetamos el orden cronológico, encontramos que el conquistador macedonio Alejandro Magno, al arribar a las costas de Fenicia, observó que su adversario lo superaba ampliamente en número de combatientes, por lo que no tardó en notar un temor creciente entre sus tropas. Para insuflar valor y confianza habría dicho: “Cuando regresemos, lo haremos en los barcos del enemigo”.

Prisionero de sus palabras, dio la orden de quemar todas las naves propias ni bien desembarcó su último soldado, con lo que no hubo más remedio que pelear por la patria, por la sumisión al líder y, principalmente, para poder volver al hogar. ¿Cómo terminó la batalla? Ganó el ejército de Alejandro y así la expresión alcanzó más valor todavía.

La otra versión nos lleva a la época de la Conquista, por parte de los españoles, del territorio americano. Puntualmente, se cree que el militar mexicano Hernán Cortés partió al frente de varias embarcaciones desde Santiago de Cuba hacia la ciudad mexicana de Veracruz con la intención de penetrar en tierras continentales para proseguir con el dominio de esas zonas recientemente descubiertas. Como la empresa era un tanto temeraria y Cortés no confiaba en el respaldo absoluto de sus soldados. Así, decidió quemar las naves para evitar cualquier intento de fuga o repliegue. Hay historiadores que señalan que solo las imposibilitó, en tanto otros consideran que las hundió, con lo que descartan la hipótesis del incendio.

Como fuere, ahí está el origen de la frase que solemos usar o escuchar para decir que se toma una medida extrema, drástica, que no tiene vuelta atrás o bien en la que se pone en juego todo lo que se tiene. Su sentido es similar a otra muy criolla: “poner toda la carne en el asador”. Podemos añadir que en las dos historias el sentido del accionar no se vincula necesariamente con dar todo de sí para conseguir una meta, sino más bien que observamos una conducta extorsiva de fondo por parte de ambos líderes.

45. Quemarse las pestañas

Habrás escuchado también el refrán “quemarse las cejas”, pero ni el origen ni el significado cambian. Nosotros apelamos a esta sencilla frase para ilustrar los casos en que alguien estudió durante mucho tiempo, en especial de noche, o bien para indicar que una persona realizó un enorme esfuerzo para sacar adelante cierta tarea. Puede aludir a una noche entera, a varios meses de dedicación o directamente a años de trabajo. La voluntad y el tiempo empleado es lo que se valora y resalta con la expresión.

Nace de los casos en que muchos alumnos, científicos o investigadores pasaron noches desvelados, leyendo y estudiando con el fin de dar un examen, comprender una teoría o llegar a un resultado novedoso. El tema básico de todas estas situaciones es que en esos tiempos no había luz eléctrica y no quedaba otra posibilidad que no fuese alumbrar los textos y los ambientes con velas. El peligro estaba en acercarse demasiado a la luz de las velas y “quemarse las pestañas”… o “las cejas”.

46. Querer el oro y el moro

En España, en 1426, cuando el rey era Juan II de Castilla y León, caballeros cristianos apresaron a 40 moros, entre los que se encontraba Hamet, sobrino del jefe Abdalá. Cuando los moros fueron a pagar el rescate, el jefe de los captores, Don Fernández de Valdespino, se negó a aceptar la suma acordada inicialmente, ya que exigía agregar los gastos de mantenimiento del reo, unas 100 doblas de oro. Los moros se inquietaron, temían no recuperar al cautivo. Debió intervenir el rey: trasladó a Hamet a la Corte, donde se parlamentó largo y tendido. El pueblo comenzó a rumorear que los españoles “querían quedarse con el oro y el moro”. Desde entonces, esta frase alude a “pretender más de lo razonable o de lo pactado originalmente”.

47. Tirar la casa por la ventana

Se dice que alguien tira la casa por la ventana cuando realiza gastos extraordinarios con motivo de alguna celebración. Como podemos observar, se trata de una metáfora —una hipérbole— y, sin embargo, en algún momento de la historia fue una práctica real. Todo comenzó en España, allá por el 1763, en épocas del reinado de Carlos III, monarca que instauró la Lotería Nacional en aquel país.

Desde entonces, cuando un español obtenía un premio suculento, se impuso la costumbre de arrojar por la ventana los muebles y algo más hacia la calle, pues el dinero ganado mediante el azar alcanzaba para reemplazarlos por otros nuevos.

48. Vender un buzón

Si bien quedan unos cuantos buzones en nuestro país, cada vez hay menos y su uso ha disminuido considerablemente, al verse reemplazada la correspondencia tradicional por otros métodos. Se sabe que los buzones, desde el origen del correo en Argentina hasta pocas décadas atrás, pertenecían al Estado y estaban asentados en numerosos lugares de la vía pública, pero lo más común era observarlos en algunas esquinas del centro pintados con colores llamativos, en particular, de rojo. Todavía es posible encontrarlos, más allá de que no funcionen como tales.

Yendo a la frase en cuestión, la misma se impuso a comienzos del siglo XX y apuntaba a aquellos ciudadanos de Buenos Aires, caracterizados como vivos o piolas, que intentaban “venderle un buzón” a gente poco avispada o a inocentes pueblerinos recién llegados a la metrópoli. Parece que en alguna ocasión, algún paisano compró un buzón (o estuvo a punto de hacerlo) ante la insistencia de un porteño taimado. Desde entonces, la expresión alude a estafar a alguien, o al menos intentarlo, abusando de la confianza o de la ignorancia del interlocutor de turno.

49. Yo, argentino

El comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) sorprendió en Europa a muchos argentinos que habían ido a pasear por “tener la vaca atada” y también a otros que no eran tan ricos pero que, por su carácter de pintores, escritores, actores, músicos, habían obtenido becas o subvenciones para pasar una temporada de estudio en países como Francia, Italia o Alemania.

Como el gobierno nacional se declaró neutral y no tomó partido por ninguno de los contendientes, los argentinos y las argentinas que se veían en dificultades para regresar a causa del conflicto bélico, ante cualquier problema que les pudiera surgir con las autoridades de esos países, sacaban a relucir su pasaporte y decían claramente: “Yo, argentino”, es decir, “yo soy neutral”, “no tengo nada que ver con ninguno de los bandos en pugna”. Esa frase, que a más de uno le salvó la vida o le permitió seguir haciendo lo que deseaba, perduró en el tiempo como sinónimo de “yo no tengo nada que ver” o “a mí no me involucren”.

50. El talón de Aquiles

Se dice que al nacer Aquiles, fruto de la unión de la diosa marina Tetis y del mortal rey Peleo, su madre tuvo la idea de convertirlo en inmortal. Para ello, tomó al bebé por uno de sus talones y lo sumergió en las aguas de la laguna Estigia. Aquel baño sagrado convirtió al héroe mitológico griego en invulnerable o casi invulnerable. Lo cierto es que el muchacho creció y, gracias a su mágico poder, prontamente se destacó como guerrero. Sus hazañas más logradas se produjeron durante la legendaria Guerra de Troya. Sin embargo, en aquella mítica contienda entre teucros (troyanos) y aqueos, el máximo referente de las tropas helénicas encontraría una sorpresiva muerte.

Las narraciones atribuidas a Homero señalan que, luego de derrotar a Héctor, una flecha envenenada arrojada por Paris (hermano de la víctima) y guiada por el dios Apolo fue a dar justo en el talón del líder troyano que no había tomado contacto con el agua de la laguna Estigia. Así fue que el portentoso, bello y veloz Aquiles llegó al final de sus días. Este célebre relato fue el que dio lugar a la frase en cuestión para indicar el punto débil de una persona, de una empresa o de una institución.

51. La caja de Pandora

Según la mitología griega, Zeus se ofuscó mucho con los humanos y le ordenó a Hefesto que modelara una figura similar a las diosas, a la que estas debían otorgarle dones. Así nació Pandora, la primera mujer, a la que Hermes le agregó la malicia. Ya en la tierra, la criatura abrió por curiosidad una vasija en la que Prometeo (el titán que robó el fuego sagrado de los dioses para hacer a los hombres) había colocado todos los males. De tal forma, Pandora desató todas las pestes sobre nuestro planeta.

Algunos añaden a la historia que en el fondo del contenedor estaba la esperanza. “Abrir o destapar la caja de Pandora”, en la actualidad, indica que se puso al descubierto algo que puede acarrear consecuencias nefastas o imprevistas, aunque no haya sido la intención original, pues el que realiza la tarea que desencadena los acontecimientos quizás no tiene conciencia al respecto.

52. Caer la ficha

Esta frase parece haberse acuñado en Argentina hace unos 40 o 50 años. Esta expresión callejera describe con sorna la situación en que una persona, por fin, entendió un asunto determinado. Por lo tanto, entraña siempre una burla o una descalificación, . Cuando un sujeto no comprende algo, sea por dificultad real o por ineptitud propia, se dice que “no le cae la ficha”. En el mismo caso, cuando termina por descubrir o desentrañar el asunto, se dice que “le cayó la ficha”.

La metáfora se basa en las muchas máquinas que se accionan (o se accionaban) merced a la introducción de una ficha. Tales situaciones fueron muy recurrentes en el caso de los viejos metegoles, de los teléfonos públicos o de las expendedoras de bebidas o cigarrillos. Luego de ingresar la ficha por una ranura especial, quien pretendía (o pretende) el uso de la máquina debía esperar unos instantes para que el deseado proceso se concretase.

53. Dejar en banda

Se llama “bandas” a los bordes internos de la mesa de billar. Por si alguno quizás no conoce, los juegos de billar pool se desarrollan en una mesa lisa cubierta con paño y con bandas de goma. El jugador utiliza un taco de madera para golpear la bola blanca que, en su turno, hace contacto con una bola-objetivo. La intención es dirigir las bolas-objetivo hacia alguna de las seis troneras ubicadas en la mesa. De todo esto surge que “quedar en banda” plantea una posición difícil e incómoda, que es cuando la bola blanca queda tan cerca de uno de los bordes que complica el tiro de quien le toca jugar. 

54. Ser el perro del hortelano

Extraída de un viejo relato de autor anónimo que tiene como protagonista a un perro que no come, ni deja comer, pues no se alimentaba de las verduras de la huerta, pero vigilaba que nadie las tocase. La pequeña historia, que ya circulaba por Europa hace varios siglos, se redujo a refrán y a frase simple con el correr de los años.

Ahora basta decir “como el perro del hortelano”, en referencia a los sujetos que no disfrutan de algo y que, además, impiden que otros lo hagan, por envidia, o por alguna otra causa. La diferencia con el perro vigilante original es que, tal vez, aquel tenía la justificación de hacerlo por indicación de su amo, evitando que algunas aves o alimañas dañasen el huerto. Algunos creen que de esta frase derivó en otra, mucho más vulgar, en la que el animal no ejerce ya actividad sexual, pero se da maña para obstaculizar la de otros más jóvenes.

55. Gastar pólvora en chimangos

Los chimangos son aves rapaces, naturales de América del Sur, que suelen alimentarse de carroña o de animalitos pequeños o desprevenidos. La cuestión es que los chimangos no resultan muy provechosos para los humanos, especialmente porque su carne no sirve como alimento, ya que, a pesar de ser un animal de tamaño considerable, al exponerlo al fuego, su volumen disminuye llamativamente.

Así las cosas, los cazadores siempre tuvieron en claro que no valía la pena derrochar cartuchos en los chimangos, pues el valor de la pólvora no se compensaba con los beneficios de la presa obtenida. Popularmente, la frase pasó a denominar una situación en la que se malgasta un dinero o en la que se efectúa un gran esfuerzo a partir del cual no se obtendrá nada sustancioso.

56. Hacer el caldo gordo

Dicho popular que se utiliza con el significado de adular, ayudar o favorecer a alguien con el fin de obtener algún beneficio. En cuanto a su significado, el caldo era en otro tiempo un alimento para trabajadores a domicilio, viajeros y menesterosos que necesitaban un sustancioso aporte de calorías. Con el caldo gordo se agasajaba a personajes de importancia y era lo contrario al “aguachirle”, que se reservaba para los que no podían pagar o andaban escasos de recursos económicos. No existen recetas que sirvan para prepararlo, aunque su contenido sería diverso y variado, con verduras y carnes de todo tipo. Hay tratados gastronómicos del siglo XVI que hablan de “caldo gordo” y no es más que un “caldo graso”. Por tanto, un caldo así en esencia es un caldo “potente”.

57. Por la plata baila el mono

Se trata de una sentencia argentina, de origen popular, nacida hace más de cien años. Su base conceptual surge de considerar que muchas acciones del ser humano se ejecutan tan solo por un fin económico. Como toda sentencia, es bastante tajante, pero también es real que sobran los casos que permiten su adhesión masiva. Se la utiliza cuando alguien observa que una o varias personas actúan solo si existe una retribución material a cambio.

La metáfora deviene de la antigua práctica de ciertos personajes muy pintorescos que solían animar la vía pública con melodías. Aquellos sujetos manipulaban un organito, instrumento musical mecánico que se acciona girando una manivela, lo que permite escuchar piezas musicales predeterminadas. Habitualmente, estos animadores callejeros eran acompañados por un monito muy simpático que, astutamente adiestrado, solía bailar para llamar la atención de la gente, con el fin de obtener propinas.

58. El diario de Irigoyen

Figura metafórica, muy argentina, a la que se apela para indicar que a alguien le construyen una realidad falsa, con el fin de no fastidiarlo o de sacarle una ventaja. Allá por 1930, Hipólito Irigoyen estaba al frente del Poder Ejecutivo nacional por segunda vez, ya maltrecho de salud y entrado en años; y las cosas a su gobierno no le iban del todo bien. Ante tal situación, sus asesores más directos, con el objetivo de no preocupar al mandatario, hicieron imprimir un diario especial para el Presidente de la Nación. El mismo contenía una imagen de la Argentina que poco y nada tenía que ver con la realidad. Así, al cabo de su lectura cotidiana, Irigoyen comenzaba su día sin mayores preocupaciones.

59. La suerte está echada

Luego de salir airoso de la Guerra de las Galias, Cayo Julio César intentó retornar a Roma, pero se encontró con la fuerte oposición del Senado, cuyos miembros querían mantenerlo alejado del poder. Al cabo de algunas negociaciones infructuosas, no le quedó otra alternativa que dirigirse a la actual capital italiana. En su camino hacia la metrópoli, luego de cruzar el río Rubicón, habría dicho aquella inmortal frase. En las puertas de la ciudad lo esperaba su antiguo compañero de aventuras, Pompeyo, otro célebre romano, para protagonizar una encarnizada lucha que dejaría a Julio César el mando del formidable territorio conquistado y gobernado por los romanos.

Hoy la expresión se utiliza cuando uno sabe que las decisiones o las acciones han llegado a una instancia en la que ya no hay marcha atrás. Algún erudito que se la aprendió en la universidad y otros que quieren lucirse suelen decirla en latín: “Alea iacta est”.

60. Ser el último orejón del tarro

Justamente la última, hace honor a su significado. Esta frase oriunda de Argentina y Uruguay que se refiere a toda persona que considera que se siente postergada, que la han discriminado o que no es tenida en cuenta como ella cree que merece.

En cuanto a su origen, es una frase nacida de la experiencia diaria. Para comprenderla es necesario saber qué quiere decir orejón y por qué ser el último en un tarro es ser dejado de lado. En primer lugar, el orejón son pedazos de durazno, damasco u otras frutas que se secan al sol para que se conserven por más tiempo. La forma que les queda es la que les da su nombre, ya que muchos de ellos se parecen a orejas grandes. Una vez desecados se colocan en un recipiente, normalmente frascos de vidrio para ser comercializados o guardados en el hogar.

El hecho es que los frascos son de boca estrecha, por esa razón el último que queda es realmente muy difícil de sacar. Quedando muchas veces en el fondo del tarro o frasco por mucho tiempo porque nadie consigue tomarlo. Siempre hay una orejón que es el último en ser elegido, el que quedó en el fondo del tarro.

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