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Breve historia sobre el origen de los apellidos

Breve historia sobre el origen de los apellidos

Cuenta la leyenda que la costumbre de llevar apellido surgió en China hacia el 2850 a.C. En Europa, los primeros apellidos se remontan a la Edad Media, cuando la burguesía comenzó a tener acceso a bienes inmuebles y se hizo necesario definir con precisión a qué familia pertenecía cada cosa.

Así como el nombre nos identifica y expresa mucho del deseo de nuestros padres, cada persona tiene un apellido que otorga individualidad y que se transmite de generación en generación. Más común o más exótico, facilísimo o imposible de pronunciar, lo cierto es que cada apellido tiene un origen que en algún momento de la vida genera curiosidad, ya sea para explorar las raíces familiares, para averiguar de dónde proviene o simplemente para saber cuántas personas lo comparten en el mundo.

La necesidad de implementar apellidos

Hasta bien entrada la Edad Media, raro era que alguien que no perteneciera a la realeza o a la nobleza tuviese en propiedad alguna vivienda o tierras. Desde el momento en el que la burguesía tuvo acceso a bienes inmuebles y por tanto tuvo que generar documentación que acreditase su propiedad, apareció la conveniencia de identificar a quién pertenecía cada cosa. De esta forma el nombre de pila comenzó a ser insuficiente, y comenzó a añadirse en la documentación, alguna “particularidad” que permitiera individualizar al propietario.

Hasta ese entonces solo los nobles tenían apellido, el nombre de la casa real de la cual formaban parte: Borbón, Tudor, Alba, etc. Todos los demás, el pueblo, eran María, José, William o Mohamed, y con ese dato era más que suficiente para identificarlos.

El deseo de precisar la identidad apareció hacia el año 1050, lo que llevó a adjuntar al nombre una identificación complementaria. Esta identificación podía ser temporal, como un apodo, lo cual estaba lejos de ser una práctica sistemática. En otros casos el apellido expresaba una clasificación social para diferenciar a los individuos a largo plazo. Pero, al mismo tiempo, el apelativo a veces manifestaba más la pertenencia a un grupo que la búsqueda de la individualización. Así también la misma persona puede tener muchas designaciones adaptadas a las circunstancias. Los medios empleados para completar el nombre eran cuatro: filiación, apodo, función y lugar:

a) La filiación, generalmente, se relaciona con el padre en distintas formas, ya sea indicando con precisión “filius” o mediante el uso del genitivo del nombre del padre. “Petrus”, “Gonzales”, “Pérez”. En alguna ocasión podía expresar el vínculo con un hermano.

b) El apodo es lo único que indiscutiblemente es un nombre apelativo y revela calidades o defectos del portador, como por ejemplo, Hartmann (hombre valiente). En la práctica, los apelativos tendieron a transmitirse de padres a hijos y a convertirse en patronímicos.

c) La función social o “ministerium tiene que ver con jerarquías de la persona en la sociedad y se trata de una designación complementaria, a veces circunstancial: clérigo, ministro.

d) Por su parte, el lugar añadido al nombre puede ser el lugar de origen, de residencia o el señorío en otras. Por ejemplo: Juan de Segovia, Luis de Toledo.

En España se incluyó un elemento de diferenciación social. La palabra “de”, en España podía determinar cierta alcurnia, Juan de Matienzo, Luis de Vargas, etc. En otros contextos marca la localidad y hoy en día se reclama su función marcadora de pertenencia del género femenino al masculino.

La etimología de los apellidos

En general, la etimología de los apellidos se divide en cinco categorías: ocupacional, descripción personal, toponímico (del nombre de un lugar), patronímico (del nombre de un padre o antepasado) y nombres que significan patrocinio. En su momento, el criterio de asignación de los apellidos fue de lo más básico y pragmático, y en la mayoría de los países se aplicaron parámetros similares: identificar a las personas por ser “el hijo de”, por su profesión, por el lugar donde vivía o simplemente por un atributo −o defecto− físico o de su personalidad como Delgado, Alegre, Blanco, Seisdedos o Cabezón. Pero el recurso más frecuente fue apelar a los patronímicos.

Así, en España, por ejemplo, el hijo de Fernando recibió el apellido Fernández y el de Diego, Diéguez. Y en el caso de los ingleses, el hijo (“son”) de John pasó a llamarse Johnson, y el de Richard, Richardson. Lo mismo ocurrió en Armenia, donde la mayoría de los apellidos termina en ‒ian, que significa “hijo de”.

A su vez, muchos apellidos de origen italiano también fueron patronímicos (derivados del nombre de su padre o antecesor masculino) o tomaron el nombre de santos. El lugar de origen o residencia dio nacimiento a apellidos españoles como Arroyo o Ribera; y a holandeses que agregaron a sus nombres de pila el prefijo “Van der”: Van der Berg (de la montaña), Van Dijk (del dique), y así en otros casos. Lo cierto es que por más ingenuas que puedan parecer estas “pistas”, todas contribuyen a la hora de buscar nuestros orígenes y de explorar la historia de nuestros antepasados.

Esto último también se aplicó en otros idiomas, motivo por el que es tan común encontrar extranjeros con una parte de su apellido igual: los ingleses utilizaban la terminación son’ (Johnson) o el prefijo ‘fitz (Fitzgerald). En Italia muchos apellidos terminan en ini’ (Paolini), en Dinamarca en sen’ (Nielsen), algunos anglosajones (de ascendencia celta) podemos encontrar que se apellidan ‘Mac’ o ‘Mc’ (McEnroe, Macbeth). Los irlandeses usan el característico O’ (O’Brien), y en Francia el prefijo ‘De (Dejean), por poner unos pocos ejemplos.

Los sufijos patronímicos son a menudo una buena manera de saber de qué parte de Europa es alguien. El “-ov” eslavo, como en Ivanov (“hijo de Ivan”), es común en Bielorrusia y Bulgaria. El sufijo “-sen”, como en Hansen en Noruega y Jensen en Dinamarca, todavía se encuentra comúnmente entre los descendientes de familias escandinavas que emigraron a América en el siglo XIX.

Internet, una herramienta en pleno auge

Actualmente, Internet se ha convertido en la herramienta más eficaz para investigar el origen de los apellidos. Con datos recopilados de registros civiles, censos de población, partidas de defunción, testamentos, guías telefónicas e incluso el aporte de los usuarios, estos auténticos mapas mundiales de apellidos son un excelente punto de partida para todo aquel que desea iniciar un estudio genealógico de su familia. Además del origen de los apellidos, puede saberse también el número de personas que comparten un apellido en el mundo, los países en los que están presentes y conocer el significado de cada apellido y su heráldica.

Navegando por estas páginas se puede saber, por ejemplo, que el apellido Wang, de origen chino y cuyo significado es príncipe o amarillo, ostenta el primer puesto, con 107.510.200 personas en todo el mundo. En China, Wang es compartido por uno de cada 13 residentes.  En Corea del Sur, uno de cada cinco residentes tiene el apellido Kim . Y en Vietnam, uno de cada cuatro residentes tiene el apellido Nguyen.

Pero también, si un señor llamado López, por caso, quisiera conocer el origen de su apellido, encontrará que es vasco, que ocupa el lugar numero 59 entre los más usados ‒casi 9 millones de personas a nivel mundial‒, que es patronímico de Lope (nombre de la época medieval española) y que deriva del latín lupus (“lobo”). Además, significa “gordo” o “robusto”.

Pero si su apellido se escribe Lopes, la historia cambia. Su significado es el mismo, pero su origen portugués. Durante siglos fue el apellido judío más extendido en Portugal hasta que muchos de ellos emigraron en tiempos de la inquisición. Hoy, existen 2.128.443 en el mundo con el apellido Lopes, y más del 70% reside en Brasil.

Estos sitios permiten averiguar también cuál es el apellido más común en cada país. En la Argentina, Chile y Paraguay, por ejemplo, es González, patronímico del nombre Gonzalo, así como en Alemania y Suiza es Müller, que significa molinero. En Perú, el apellido más común tiene raíces indígenas. Se estima que uno de cada 55 peruanos comparte el apellido aymará Quispe , que deriva del aymará “qhispi”, que significa “vidrio” o “piedra preciosa . Y en Estados Unidos el apellido Smith (herrero) lleva la delantera y es compartido por uno de cada 121 nativos.

La mayoría de los apellidos africanos están relacionados con la geografía, la ocupación, el linaje o las características físicas de las personas. No obstante, existen los llamados “nombres de alabanza”, que destacan rasgos o atributos admirables. Por ejemplo, Ilunga, el apellido más popular en la República Democrática del Congo, se traduce como “una persona que está dispuesta a perdonar cualquier abuso por primera vez, a tolerarlo por segunda vez, pero nunca por tercera vez”, según explica el informe de NetCredit.

Cómo buscar el origen de tu apellido

La página Familysearch.org, una de las más populares, cuenta con mucho material sobre el origen de los apellidos y su distribución en el mundo. El acceso es gratuito y contiene un robusto árbol genealógico casi 1000 millones de nombres, obtenidos de distintas bases de datos con el registro preciso de nombres, apellidos y lugares y fechas de nacimientos que permiten sumar piezas sobre el origen de cada familia.

Pero el sitio más visitado en los últimos años es www.forebears.io (que en español significa “antepasado“). Cuenta con un ranking de los nombres y apellidos más comunes, clasificados por continente, región, país y hasta ciudad. En caso de que el origen o significado de algún nombre o apellido no se encuentre registrado, se puede enviar la información para que sea agregado y contribuir así a esta inmensa base de datos genealógica universal.

Navegando la web es posible llegar a destinos impensados que pueden incluir los registros originales de los barcos que arribaron a América en los siglos pasados, donde además del nombre y apellido de cada pasajero figura su origen, su edad, su oficio y hasta su firma manuscrita.

Algunas curiosidades más…

  • En algunos países como Eritrea, para denominar a las personas se utiliza el nombre de pila y los nombres de los padres, sin apellidos. Esto es así porque el sistema utilizado en los países africanos es muy distinto al europeo y varía de un país a otro. En otros países, el día de la semana en que se nace forma parte del nombre, como en Costa de Marfil.
  • Islandia es el único país que sigue la antigua tradición escandinava de usar apellidos patronímicos ¿Qué significa esto? Significa que cada islandés obtiene el apellido a partir del nombre de su padre (y en algunos casos, de su madre). O sea, si Jón Tomasson tiene un hijo llamado Ari, su nombre será Ari Jónsson (literalmente “hijo de Jón”). Si tuviera una hija, digamos Anna, se cambia el sufijo de género, dando como resultado Anna Jónsdóttir (hija de Jón).
  • En Rusia existen dos particularidades: los apellidos se heredan, como los nuestros, pero tienen una variación de acuerdo a si la persona es hombre o mujer (Putin/Putina, Tursunov/Tursunova). Este fenómeno también se observa en otros países como Bulgaria, Polonia, Grecia y República Checa.
  • Según datos actualizados a junio de 2021, en la Argentina hay 778.692 personas con el apellido González, 622.314 con Rodríguez y 571.048 Gómez. Según el ReNaPer, los 10 apellidos con mayor cantidad de personas son, en orden: González, Rodríguez, Gómez, Fernández, López, Martínez, Díaz, Pérez, Sanchez, Romero.
  • La costumbre brasileña en cuanto a apellidos es muy parecida a la hispana: dos nombres, dos apellidos. La única peculiaridad es que el apellido materno suele ser el primero. Sin duda, la gran diferencia con el resto de los países es el gran amor que los brasileños le profesan a los apodos.
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