¿Quién no ha leído alguna vez que usamos solo el 10% de nuestro cerebro?¿ O que escuchar a Mozart mejora la capacidad de atención o que los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo tienen funciones radicalmente opuestas? Los neuromitos hacen más daño de lo que muchos creemos. Por eso se han convertido en motivo de preocupación y cada vez más científicos y docentes trabajan para desterrarlos
Si hay algo que se ha puesto de moda en los últimos tiempos es el cerebro. No tanto usarlo, –ojalá fuera eso– sino más bien hablar de él. En infinidad de libros (y hasta películas), hoy el cerebro es algo sobre lo que todos opinan. Esto tiene mucho sentido en tanto es el órgano más maravilloso y cada vez somos más los que queremos saber sobre él y su funcionamiento.
El término “neuromito” es atribuido al neurocirujano inglés Alan Crockard. Fue acuñado en los ochenta para referirse a las ideas no científicas sobre el cerebro en la cultura médica. Actualmente se utiliza para denominar aquellos malentendidos o malas interpretaciones de hechos científicos sobre la investigación del cerebro en otros contextos del saber, como por ejemplo, la educación.
Se desconoce hasta qué punto están extendidos los neuromitos en el imaginario colectivo, aunque sí se sabe que seducen poderosamente la intuición y que se extienden rápidamente, por lo cual erradicarlos de la conciencia popular sea probablemente una tarea titánica. Desmentir algo es mucho más difícil que creerlo –incluso aportando pruebas– y, en ello, la información neurocientífica no escapa a la regla.
Estos son algunos neuromitos más difundidos:
1. En el top ten de falsas creencias está la idea de que “solo se utiliza el 10% del cerebro”. Esta creencia podría tener su origen, paradójicamente, en algo que escribió William James, considerado el padre de la psicología en Estados Unidos. James dijo que “la mayoría de las personas solo sacan partido de una pequeña parte de su potencial intelectual”. Consecuentemente, varios autores tergiversaron esas palabras al decir que “solo se utiliza un 10% del cerebro”.
El cerebro representa el 2% de nuestro peso y consume el 20% de la energía. Si se usara solo un 10% no tendría sentido que la evolución hubiera favorecido el desarrollo de un órgano tan ineficiente. La naturaleza es sabia. ¿Crearía un órgano que pesa aproximadamente un kilo y medio solo para tenerlo casi de adorno en la cabeza?
Conclusión: Utilizamos el 100% del cerebro. Otra cosa es que unos lo utilicen mejor que otros.
2. Otro “neuromito” señala que “el tamaño del cerebro determina la inteligencia”. Esa afirmación da a entender que tener un cerebro más grande hace más inteligente a una persona y eso no es cierto. La inteligencia no depende de la cantidad de neuronas, sino de la existencia de conexiones neuronales. Exclusivamente es la plasticidad sináptica la que guarda relación con mejoras en la memoria y el aprendizaje.
Según explica Javier de Felipe, investigador de la Universidad Politécnica de Madrid, las diferencias en inteligencia entre las personas no están determinadas por el tamaño de su cerebro, sino por el patrón de conexiones entre las neuronas. Y este esquema dependería en parte de la genética, pero también de las experiencias de cada uno.
3. Por su parte, el siguiente neuromito es el referido a que “las neuronas que no se usan se mueren”. Esto es relativamente cierto si solo se aplica para cerebros en formación. Durante el desarrollo se generan muchas más neuronas de las que efectivamente se usan y en los primeros años de vida algunas de ellas se conectarán siguiendo un plan genético determinado influenciado por el ambiente. Por otra parte, las que no se conectaron entran en apoptosis, una especie de suicidio celular programado.
Hay evidencias que confirman que el sistema nervioso es mucho más plástico de lo pensado y sostienen que las redes neuronales permanecen plásticas o modificables a lo largo toda la vida. Dicha plasticidad constituye una de las adaptaciones más importantes.
4. Asimismo, es infundado sostener que “escuchar música clásica nos hace más inteligentes o mejora nuestra atención”. El conocido “efecto Mozart” proviene de algunas publicaciones en donde se intentó mostrar que escuchar música clásica mejoraba el desempeño en algún test cognitivo. Sin embargo, eso nunca pudo demostrarse científicamente. En cambio, tocar algún instrumento sí mejora algunas funciones ejecutivas, por ejemplo, la memoria y la atención.
“Esa creencia llegó a estar muy de moda. Alguien publicó una vez un estudio asegurando que poner una sonata de Mozart a nuestros hijos hacía que su atención mejorara”. Escuchar música provoca un efecto atencional positivo, incrementa la atención y la concentración, dos cualidades fundamentales para resolver una tarea. Pero tiene una duración muy breve, de apenas unos minutos.
5. Sostener que “las mujeres tienen un sexto sentido” es falso. Ellas cuentan con la famosa “intuición femenina”, que las define como criaturas esencialmente empáticas, expertas en gestualidad, escrutadoras de los estados emocionales y demás. De esta manera, infieren el estado mental y los sentimientos de las otras personas y poseen la capacidad de entender ciertas situaciones mejor que los varones porque usan la empatía para responder de manera adecuada en una situación. Los hombres, por su parte, suelen sistematizar o descifrar la mecánica de un sistema por deducción de las reglas que lo dominan. La existencia del sexto sentido es falsa y solo obedece a que el sexo femenino resultaría ser un tanto más perceptivo de las emociones.
6. También es falso decir que “el alcohol mata las neuronas”, ya que las neuronas no mueren por exposición al alcohol. No obstante, por su efecto cambian el funcionamiento y las conexiones. Como el alcohol actúa sobre distintos tipos de receptores neuronales, también modifican las comunicaciones neuronales produciendo déficit cognitivo. Está ampliamente demostrado que la exposición al alcohol en ciertas etapas del desarrollo cerebral puede provocar retraso mental y cuadros muy complejos como el síndrome fetal alcohólico.
7. Otro neuromito habla de “los períodos críticos para el aprendizaje”. Alrededor de un tercio de los docentes creen que existen períodos críticos en los cuales deben ocurrir ciertos tipos de aprendizaje. Aunque es cierto que los niños son especialmente sensibles al aprendizaje en determinados periodos, esto no implica que no puedan seguir aprendiendo a lo largo de la vida: nuestro cerebro posee la capacidad de cambiar, denominada “plasticidad neuronal”.
Un mito al respecto es que el de 0 a 3 años es un periodo crítico durante el cual la gran mayoría del aprendizaje ocurre y luego el desarrollo del cerebro se lentifica. Esta idea ha generado ansiedad en muchos padres y ha creado una carrera contra el tiempo para brindar una excesiva estimulación a sus niños. La neurociencia no apoya la idea de que solo la primera infancia deba ser considerada una época especial de aprendizaje.
Michelle Olguí, psicopedagoga, precisa que “existen periodos críticos —como los primeros 5 años o alrededor de los 25— donde hay un aumento de neuronas. Por lo tanto el humano tiene más posibilidades de hacer más ‘rutas’ de neuronas, que son las que originan el aprendizaje”.
En la misma línea, Carlos Rozas, académico de la Universidad de Santiago, añade que “la adolescencia es una etapa muy importante en el aprendizaje, sobre todo en lo referente a la construcción de la identidad. Fomentar la seguridad y la autonomía a través de estrategias pedagógicas es clave en este etapa”, dice. Sin embargo, no solo en los periodos críticos existe la capacidad de aprender.
8. El aprendizaje es un proceso racional lejano a las emociones. Si bien dentro de la neurociencia este no es uno de los neuromitos más extendidos, los profesionales coinciden en que la emocionalidad aún no ocupa el lugar que debe en el proceso educativo. Tracey Tokuhama, docente de la Universidad de Harvard, explica que toda la información que llega a través de los sentidos pasa por la amígdala —conocida como “el centro de las emociones”— por lo cual es imposible escindir el aprendizaje del aspecto emocional.
Existe la creencia de que somos seres capaces de separar lo racional de lo emocional, como si fueran cajas separadas que podemos abrir y cerrar independientemente. Pero la evidencia muestra que aquellas innovaciones educativas centradas en el vínculo, el aprendizaje colaborativo, la empatía y la curiosidad son aquellas que impactan con mayor fuerza en el aprendizaje de niños, niñas y adolescentes.
“La emoción nos mueve a buscar soluciones, nos permite determinar y tomar decisiones. Sin emoción, no hay capacidad de aprender, no hay curiosidad, no hay atención, no hay aprendizaje, no hay memoria“
En síntesis, los “neuromitos” suelen surgir de malas interpretaciones de investigaciones en el campo de las neurociencias, pero no siempre sus planteamientos son falsos en su totalidad. También muestran medias verdades o ‘semi’ verdades. Estas últimas son los más complejas de erradicar.