
El medioambiente sufre cada día y mientras nuestros sistemas de consumo y costumbres no sean adecuadamente modificados, el planeta seguirá sufriendo las consecuencias. Me parece oportuno abrir este año, reflexionando acerca de los incendios que arrasaron con gran parte del territorio Argentino a lo largo del año pasando, generando pérdidas incalculables e invaluables en temas de biodiversidad…. Esa palabrita, que últimamente escuchamos tanto, es sin lugar dudas, el futuro de esta esfera a la que llamamos hogar.
Pero ¡comencemos por el principio! ¿Qué onda el fuego?

El ser humano desde el inicio de su historia, y con ella, su recorrido por este mundo, se ha caracterizado por emprender una búsqueda que se mantiene hoy en día: Comprender su entorno y dominarlo, una búsqueda íntima, biológica y social donde vale la pena preguntarse: Esta dominancia, esta comprensión ¿le da al ser humano una ubicación definida? ¿Esta búsqueda insaciable de poder y control sobre aquello que hemos venerado, odiado, admirado y temido ubica al ser humano en algún lugar del cosmos? Me refiero claro está a su búsqueda eterna por entender y dominar a la naturaleza.
Es indudable que uno de los eventos que marcaron un antes y un después en esta búsqueda incansable fue el momento en que el hombre descubrió y aprendió a utilizar el fuego. Podría decirse incluso y citando a Javier Yanes del diario El español “El primate descubrió al fuego y con él, al ser humano” para Empédocles era una de las cuatro raíces del mundo, que después Aristóteles llamaría Elementos, Heráclito veía en el la representación esencial del todo, la naturaleza que fluye y corre, Prometeo lo robó a los dioses para entregarlo al hombre, e incluso Moisés descubrió a dios en una zarza de fuego.
En este sentido me atrevería a decir que el descubrimiento de este elemento, cambio la historia evolutiva del ser humano desde distintas perspectivas, casi podría asegurarse que fue la matriz donde se gestó nuestra historia biológica-cultural, pues alrededor de este, el hombre se reunió y compartió, desarrolló aún más el lenguaje, nacieron historias, leyendas, se compartieron creencias y puntos de vista, con el dominio de este elemento, el hombre pudo cocinar sus alimentos y asi nutrirse mejor, e incluso manipular ciertos factores medioambientales para conseguir alimentos que antes eran de difícil acceso, como es el caso de la miel de abeja la cual era obtenida a través del uso del humo.
Continuando esta línea, es indiscutible entonces el importante papel que el fuego ha jugado dentro de diversas prácticas de nuestra historia sobre todo en lo que se refiere a un contexto productivo-extractivista convirtiéndose en un factor ecológico importante el cual en cierta medida ha modelado la estructura del ecosistema que habitamos.
Hasta aquí todo muy interesante… muy filosófico pero ¿Cuándo empezamos a hablar de los pastizales y los incendios?

Argentina con sus maravillosos y poco usuales biomas asi como su sociedad agraria, tiene una historia cuyas practicas ganaderas se encuentran íntimamente ligadas al fuego, encontrándose posturas contrarias entre los baqueanos al respecto de las mismas, testimonio de esto se puede evidenciar en “Cuentos y Leyendas Populares de la Argentina” una compilación echa por Berta Elena Vidal de Battini, donde, cuento a cuento y de región a región, encontramos la fascinación y miedo que sienten las personas del campo hacia entidades como la Pachamama, el Yastay o el Ucumar, espíritus o entidades protectoras de la naturaleza, que básicamente, mantienen con distancia al ganadero, al productor, a aquel que vive de la tierra, recordándole, por medio del miedo o el respeto, las consecuencias de hacer mal uso de los recursos naturales.
Los pastizales constituyen un ecosistema que ha sido testigo de las actividades extractivistas y de la evolución del sistema capitalista dentro de la Argentina, el pastoreo continuo es un tipo de práctica que se realiza en el territorio desde mediados del siglo XIX donde el confinamiento de áreas restringidas a la ganadería se fue haciendo cada vez más fuerte. Esta forma de pastoreo ha causado el deterioro de los pastizales en toda su estructura ecológica, diversidad de flora y fauna, calidad de oferta de forraje, propiedades físicas y químicas del suelo etc.
Estos ecosistemas presentan tolerancia al fuego y en gran medida dependen de él, como sucede en el Chaco húmedo, Chaco semiárido y en los pastizales templados del espinal donde los incendios espontáneos ocurren con una frecuencia de un rango de 2 a 4 años dependiendo de las características y necesidades de cada eco-región. El uso de las quemas “controladas” dentro de los pastizales buscan producir el rebrote de los pastos para obtener una mejor calidad y aprovechamiento de los mismos, sin embargo, el fuego no es mágico y su uso implica grandes conocimientos y preparación previa.
Argentina durante el pasado 2020 experimento una fuerte crisis ambiental a raíz del uso inadecuado de esta práctica, evento que ha provocado incendios a lo largo y ancho de todo el territorio nacional, atentando contra la salud del medio ambiente y disminuyendo preocupantemente la biodiversidad del territorio, esta crisis ambiental, se presenta también como una crisis social, una crisis de saberes que ha congeniado en vacíos legales y educativos que muestran a gritos una mala administración de la tierra, y una clara cosificación de los recursos naturales cuya conexión con la sociedad, su salud y asentamientos bajo esta perspectiva, parecieran estar totalmente inconexos.
¿Dónde nace el problema de la quema no controlada? ¿De quién es la culpa de este desastre? Son preguntas que nos hacemos todos, pero más allá de buscar responsables es momento de entender, que esta crisis se gesta en la matriz del desconocimiento, la desinformación, la idealización de la tierra, no como lugar que habitamos, si no como un espacio cuyos recursos están a nuestra libre disposición de ser explotados, sin pensar antes que esta explotación natural, inevitablemente, nos influye de una manera u otra, utilizar la tierra como una “cosa que produce y alimenta” sin consciencia de que formamos parte de ella y ella forma parte de nosotros, nos lleva a pensar que el conocimiento ambiental en las practicas productivas son pequeñeces que la práctica o la cotidianidad pueden suplantar, tristemente, son estos pensamientos los que nos envuelve en una vorágine ambiental donde descubrimos que nuestro “equilibrio” civilizatorio, nace y depende del equilibrio ecológico.